Como un relámpago azul

Como un relámpago azul, la noche se abrió paso frente al día que en su lento transcurrir se hacía sofocante. No se escuchó más el canto del perro, ni el baile frenético de las retroexcavadoras. Solo ese zumbido ligero quedaba en el aire, como puesto ahí artificialmente para distinguir la realidad del ensueño.

Las estrellas no querían, la luna si. Ella atendió. No escuchó a Kharul, ni a Saphiria. No sabía bien si matar o abrir, pero decidió aceptar.

Un rato después, ya incluidos en el mueve-distancias de las 22:36, hablamos de los seres más comunes en un cubilete. Terminamos esquivando las baldosas rojas y las pares. “Siempre me parecieron lindos los números impares”, dije incautamente.

Cuando advertí que mi cadáver decía lo que yo callaba, ya era tarde para disimular. Su ojo verde brilló, el de color miel palideció. “Entonces…si sos de los…”.”Si”. Cuando se tranquilizó, me contó que le asustaba, pero su celular le pedía que me siguiera.

Fuimos a mi guarida, donde nada puede eléctricamente sonar, excepto ese zumbido (el que hace recordar que uno está todavía en este planeta). Vio las runas prohibidas, contó los píxels, distrajo al zumbido por unos instantes, y se durmió.

No me desperté para abrir la puerta. Encontré la llave escondida en el cantero. Desde hace unos meses hay un cartel del lado de adentro de la puerta que advierte a las aprendices que hagan precisamente eso.

Aunque la mayoría logra superar esa prueba, esta en particular parece tener lo necesario. Parece que se llevó la tarjeta también… ¡si!, lo hizo. Esto se pone interesante. Espero que ella no me vea antes de que yo no la vea a ella.